Bizcochos: bajen ese ego

Escrito por nuestra Lola invitada, @Carecoco

ILUSTRACIÓN POR YARA THIRIAT @YARATHIRIAT

Hay unos bizcochos que están sobrevalorados. Más que todo los que tienen barba y pretenden ser comediantes como segunda profesión. Creen que por no afeitarse durante un mes, ser los payasos de la noche y decir una frase medio romántica, estamos perdidamente enamoradas. No señores. Ustedes, los bizcochos modernos están pasados de moda.

Para sacar esta conclusión, se necesita conocer a dos clases de bizcochos: los reales y los aparentes. Y en ese proceso de conocimiento, uno patalea mucho, hace trasnochar a las amigas para que le escuchen repetir muchas veces el mismo discurso, brinda con la copa alzada y cantando cualquier canción ordinaria y también vuelve y le habla a ese bizcocho aparente para volver a trasnochar a las amigas.

Los bizcochos reales son esos cariñosos, alegres pero no payasos, que todavía dedican canciones, nos recogen en la casa, nos consienten, se enternecen con nuestros dramas y además, son caballerosos. Son los que uno descarta porque no les ve potencial y después, cuando madura, se arrepiente.

Los bizcochos aparentes son eso: aparentan tener todo el potencial del bizcocho real, pero solo nos hacen patalear de rabia. No son detallistas, no les importa que nos guste el blanco o el amarillo, no son atentos, no se preocupan si llegamos bien y mucho menos si nos van a recoger, porque ellos creen que la barba y el alto grado de humor que tienen es suficiente. Sin embargo, disimulan toda la desfachatez tan bien que uno termina pensando que es hora de no ser anticuada y entrar al mundo de la igualdad y la modernidad. ¡Hágame el favor!

Después uno vuelve a conocer a un bizcocho real, le da la oportunidad y se da cuenta que estaba embrujada o que el karma le estaba cobrando algo con todas las ganas posibles. Que ese discurso del bizcocho aparente sobre la igualdad de género, únicamente para justificar su no-ser-especial, lo deberíamos transcribir en un papel y sacarlo cada vez que él lo vaya a usar, por si se le olvida alguna partecita (porque hay que ser solidarias, carajo).

Por suerte, ni la barba, el chiste, el gesto de galán de pueblo o la frase cliché de “usted es con la única…” salvan al bizcocho aparente cuando uno ya madura. Cuando llega esta bella época de madurez (no es fácil, uno puede tener un Guiness Record de bizcochos aparentes antes de reaccionar) uno pone una película, deja que el bizcocho real haga crispetas, se mete en las cobijas con él y lo consiente mucho porque se lo merece.

Pd: Gracias a los bizcochitos reales por querernos, consentirnos y permitirnos sentir que todavía existen caballeros. (¡Ah! No todas las barbas son bizcochos aparentes).

> Escrito por nuestra Lola invitada, @Carecoco