Del cuarto de siglo y de otros demonios
Escrito por Isabel Guzmán @isaguzman

ILUSTRACIÓN POR ENRIQUETA @ENRIQUETA.CO
Alguna vez nos felicitaron por colorear dentro de las líneas y ahora mi generación se exige cada vez más eso de pensar “out of the box”. Y yo creo que desde ahí, quedamos como en un limbo sobre lo que debería ser, lo que quisiéramos ser y lo que realmente venimos siendo.
Colegio, universidad, maestría, matrimonio, niños. Y después con esos últimos, otra nueva tanda de colegio, universidad y maestría. Eso era la vida cuando yo me sentaba a soñar con ser grande.
Y ahora que lo soy, apenas llevo dos de cinco, y cada vez estoy menos convencida de las que me faltan.
Soy de la generación a la que los adultos llaman millennial, a la que los abuelos llaman “estos muchachitos” y a la que los niños ya nos dieron tres vueltas sin querer queriendo.
No soy ni la mitad de cosas que soñé ser cuando cumpliera los veinticinco. No soy emprendedora, ni dueña de nada (excepto uno que otro par de zapatos que son mi adoración), no soy madre de nada, ni del jardín fracasado que he intentado cuidar una y mil veces, y no estoy casada con nada, ni con el destino que alguna vez soñé.
Duermo menos de 8 horas, mucho menos. Tomo menos agua que dos benditos litros diarios. La ensalada es más una excepción que una regla en mi dieta. La leche de almendras, me sigue pareciendo más trendy que buena. Los cuadritos siguen sin salirme excepto en sueños. No tengo un hobby en el que sea exageradamente buena, y no he encontrado una pasión que me permita estar de acuerdo con eso de que “si amas lo que haces, los lunes no son malos”. Dedico más de las horas que debería a Netflix, y aunque no quisiera aceptarlo, disfruto más de lo que debería uno que otro reality. Mi pelo se sigue rebelando cuando él quiere, porque en 25 años de convivencia, no hemos logrado, nunca, una tregua duradera. El estado zen no lo he alcanzado aún, el drama sigue latente donde no debería estarlo. La vida me sigue quedando grande, a veces, y los bancos, bueno los bancos son un mundo paralelo donde jamás me sentiré adulta.
Definitivamente, nunca digo lo que es cuando es, al contrario, me especialicé en meter la pata. Estoy en un 70% de lo responsable que tal vez podría ser. No soy famosa, ni remotamente. Y en instagram, los únicos fans fieles que me den like, salga linda, fea o ponga una foto de mi gata son mis papás. La cámara frontal de mi celular está cerca de ser mi peor enemigo, me demoro 2 horas en encontrar el caption que es para subir una foto cualquiera y no soy ni la mitad de cool de lo que aparento en Redes Sociales. Me gustan los carbohidratos, de verdad, siento un amor profundo por ellos, sean lo malos que sean. No sé de política, ni me gustan muchas de las películas que se han ganado un Óscar. Tengo muchos pendientes en una larga lista de “en estos días” o “cuando tenga más tiempo”. Mis días tienen 48 horas si se trata de perder el tiempo y más o menos 30 minutos cuando tengo que ser productiva. Y finalmente, ni soy perfecta, ni he aprendido, todavía, a quererme del todo siendo imperfecta. Me quedé a vivir en el hermoso limbo de ser grande para los chiquitos, y chiquita para los grandes. Y día tras día, mientras siento que debería ser más de un grupo que del otro, me dan más ganas de encontrar un hermoso botón de stop, y bajarme un poco de la inevitable adultez
En conclusión, con lo que sí sé y lo que no, me doy cuenta que llevo la módica suma de 25 años, aprendiendo, única y exclusivamente a ser.
Aprendiendo a vivir entre lo que esperan de mí, lo que quiero, lo que me gusta, lo que no, lo que de pronto y lo que me hace realmente feliz. Llevo un cuarto de siglo, que alguna vez pensé que era tiempo suficiente para tener listo el jaque mate de la vida, para apenas ordenar las fichas y empezar a jugar. Llevo más años, que los dedos que tengo aprendiendo a decir quien soy, o al menos aprendiendo a oírme a mí misma por encima de los demás. Llevo dos decenas y un poquito más de cumpleaños entendiendo, que ni soy mi generación, ni debo serlo. Que se vale no saber uno para dónde va, que los adultos son igual a uno solo que disimulan mejor y que tal vez lo que le veía de especial a eso de “jugar a ser grande”, era el asunto de que era solo eso, jugar.
Con 25 encima y muchos más por venir, hoy puedo decir que no logré ser nada, pero nada, de lo que cuando era una pulga que jugaba a las Barbies, quería ser. Y curiosamente, a la vez, lo logré todo.
Me encanto esto Isabel! acaba de ser una iluminacion! Creí que era la unica que se sentía asi… pero creo que hay más con la misma crisis
Lo cierto es que sigo esperando eso que encienda mi alma, mientras tanto «respiro»
Hay que ser pacientes, Lolita. La vida es lenta pero tiene sentido, así que hay que disfrutarnos el camino antes de llegar a la meta final. ¡Gracias por dejar tu comentario!
¡Amé tu artículo! Es totalmente sincero
¡Qué rico que nos leas! Gracias por dejar tu comentario.
Me tocó la fibra, justo yo que pensaba que no había hecho nada y con estos me doy cuenta que si que he hecho un montón. Muchas gracias por este texto tan maravilloso que llega y te toca el corazón ❤️
Me encantó me sentí plenamente identificada aunque mis 25 pasaron hace mucho tiempo.
Ufff excelente 🤩 100 % identificada!!!
Wow es una clara imagen de lo que me ha pasado y tal vez sigue pasando, es un retrato sincero de lo que somos como seres humanos reales…mujeres verdaderas y sin filtro….