,

El amor de la vida son las amigas – Mis amigas me salvaron la vida

Escrito por Ana Barros

Para mis amigas, que me devolvieron la vida.

Creo que lo mejor que me pudo pasar desde que cumplí los 15 años fue entender que otras mujeres no eran mis enemigas y que las amigas no son ni más chismosas, ni más dramáticas ni más cansonas que los hombres.

El problema de ser mujer en pleno siglo veintiuno es que se nos enseñan que es más fácil odiarnos entre nosotras en vez de apoyarnos.

Por otro lado, la ventaja de ser mujer en pleno siglo veintiuno es que no comemos cuento y eso de estarnos tirando duro entre nosotras, minimizando nuestros dolores y buscando cualquier razón para criticarnos se quedó por allá en los años 2000 junto a Paris Hilton* y los jeans de tiro bajo.

Sin embargo, como una no es inmune a las cosas que la rodean – el COVID que lo diga – duré años en el error de pensar que no podía tener amigas mujeres porque “era demasiado drama para mí” y porque vi Mean Girls tantas veces que juraba que los grupos de niñas eran como las plásticas: un mal no tan necesario y que yo no estaba dispuesta a vivir porque el único drama que debía soportar en la vida era el mío. Por suerte, como en muchas otras ocasiones, estaba equivocada.

Lo que me salvó de una serie de amistades idealizadas y desafortunadas – por no decir tóxicas y, en muchas ocasiones, unilaterales – fue mi talento innato para ser una perra básica por excelencia. No recuerdo cómo empecé a cambiar, pero sí recuerdo cuándo: el día en que me di cuenta que las amistades no eran tan complicadas como las matemáticas. Claro, siempre requieren un esfuerzo pero cómo dice mi abuelita: “lo que es para uno, es para uno” – y las cosas se dan cuando ambas partes ponen lo mejor de sí mismas.

Y es que la vida se siente más liviana cuando nos deshacemos de ese ‘burn book’ que llevamos en nuestro interior – porque en algún momento hemos sido la lolita criticona que le hace slut shaming a la niña que vive su vida sexual plenamente, pordebajeamos a la vieja con la que nos pusieron los cachos y apodamos a la que nos cae mal como “la perra esa – y empezamos a entender que las mujeres a las que tanto hemos intentado odiar son las que más amor nos pueden dar.

Cuando tenía 15 jamás habría imaginado que mi tatuaje favorito sería la copa de vino que me hice con mis amigas, ni tampoco pensaría que lo que más extrañaría cuando nos encerraron en marzo del año pasado sería arruncharme a ver películas de terror en el sofá de su casa ni mucho menos pensé que mis amigas me salvarían la vida – de manera más literal de lo que me gustaría admitir.

Siempre he creído que la gente con la que uno se rodea dice más de uno que de ellos. Por eso a medida que fui creciendo fui conociendo a las amigas que poco a poco se fueron convirtiendo en mi hogar y ocupando parte de mi corazón.

Hablar de mis amigas es hablar del día en que me di cuenta de que la carrera de mis sueños realmente no lo era y le escribí a Samantha por WhatsApp: “me rindo”, de la vez que casi le parto la mano a Laura cuando me hicieron mi primer tatuaje, del San Valentín que pasé con Dani en McDonald’s, de Valeria y sus papás diciéndome “esta es tu casa” y de la vez que Paula me abrazó durante una hora seguida. Para mí, hablar de mis amigas es hablar de un lenguaje del amor que creo que todos deberían conocer.

Y es que desde que entendí que las mujeres eran mis amigas y no mi competencia, empecé a darme cuenta que si hay algo que no me falta es la suerte de contar con personas que me aman de manera incondicional, me corrigen cuando me equivoco, me recuerdan que el síndrome del impostor es un enemigo al que no debería hacerle caso y me mandan memes y Tik Toks que siempre me hacen sonreír.

De mis amigas aprendí a proyectar el amor que sentía por ellas en mí misma y empecé a quedarme con lo mejor de cada una para seguir creciendo. Porque al fin y al cabo, de eso se tratan las amistades femeninas: de construir juntas (y no de destruir, como nos han querido enseñar).

Porque la verdad no importa si las veo todos los días como pasaba con Tata cuando estábamos en el colegio, si nunca nos hemos visto como pasa con Marce, si hablamos cada tres semanas como con Cami o si nos vemos cada año, como pasa con Caro: el amor de mis amigas es lo más real que he conocido y vivido durante estos 20 años.

Cuando tenía 15 años creía que el amor que me salvaría la vida era el de Harry Styles que tanto leí y releí en Wattpad. Hoy en día puedo decir con seguridad que el amor se manifiesta de muchísimas formas; y yo tuve la suerte de que en mi vida el amor tenga varios nombres y apellidos.

Mis amigas me enseñaron que la amistad entre mujeres no es tóxica como la de Blair y Serena, que mi mamá no me dió hermanas porque sabía que en algún momento de mi vida conocería a Paula Lorena y que mi escena favorita en la escena de la televisión – cuando llega Rachel vestida de novia a pedirle apoyo a Mónica – no es tan ficticia como antes pensaba. Mis amigas me enseñaron que el amor más importante – aparte del propio – es el de las que entienden mis dolores, los respetan y los viven como si fueran suyos.

Porque a final de cuentas, la amistad entre mujeres es el mejor regalo que nos pudo dar la vida. O al menos eso entendí cuando la mamá de Mafe me abrazó y me dijo con los ojos aguados: “gracias por tu amistad con mi hija”. El tipo de amistad que rechacé durante años me ayudó a sanar heridas que no sabía que tenía – y que me negaba a tener – y por eso hoy abrazo a mi yo de quince años y le digo que entiendo sus dudas, sus miedos, sus prejuicios y aprovecho para decirle que nunca estuve tan feliz de decirle que estaba equivocada.

Se trata de entender que la vida se lleva mejor cuando tenemos en quién apoyarnos, con quién cantar las canciones de Danna Paola como siempre lo hago con Sofi o tener quién nos mande corazones naranjas y nos diga “¡Me tronché el tobillo!” como lo hace Andre. Se trata de saber que nuestras amigas llegan a enseñarnos a vivir – e ir más allá de sobrevivir – a llorar, a emborracharnos y a recordar todos los días el por qué estamos aquí.

Al parecer es cierto lo que dicen por ahí: “El amor de mi vida son mis amigas”.