“¿Cómo decís que sos feminista, si muchas prendas de las usás son impuestas por los estándares sociales de feminidad”? Es uno de los comentarios que he escuchado y que buscan cuestionar lo feminista que es una mujer, como si se tratara de una listica de comportamientos que determinan el “nivel de feminismo” en el que estamos. Basta de poner en tela de juicio el feminismo de otras mujeres por la forma en que se visten, por cómo viven su sexualidad, por su orientación sexual o por su carrera. 

Ser feministas no nos hace santas, ni mucho menos perfectas o seres moralmente superiores. Incluso no implica que todas las mujeres del mundo nos tengan que caer bien. El feminismo es más que eso y todo lo que es, nada tiene que ver con un estatus. Criticar a otras mujeres porque no cumplen esos comportamientos que «debemos cumplir» para poder ser feministas, es jugar a ser Regina George de Mean Girls, que pone un montón de condiciones para que Cady se pueda seguir sentando con ellas en los descansos. Y el feminismo siempre será un: you can sit with us.

Entonces hay muchas mujeres que enfocan su lucha feminista en juzgar a quienes no viven el feminismo de la misma forma que ellas y con esto medir el empoderamiento de las demás. No sé de dónde sacamos eso de que para empoderarnos y llamarnos a nosotras mismas feministas tenemos cumplir con una lista de requisitos que al parecer tiene el titulo de “Cosas que no debes de hacer si quieres ser feminista”, que quisiera estandarizar a la mujer feminista. Así caemos en lo que muchas criticamos y queremos romper: el modelo de cómo debe ser una “buena mujer” dentro de la sociedad y lo estamos cambiando por el “cómo debe ser una verdadera feminista”.

Siempre ha existido cierto miedo a llamarnos feministas porque el término se asocia con todo lo que no es el feminismo. Muchos creen que se trata de un montón de viejas “locas” a las que cualquier comportamiento les parece opresión. Quitarnos ese miedo para poder decir “yo soy feminista” ha sido un paso importantísimo y parte de ese proceso es educarnos para saber por qué y para qué nos empoderamos.

También es dejar de pensar que, en el minuto que decimos que nos consideramos feministas, la otra persona va a juzgar y a situarnos en esos escenarios erróneos que se han popularizado. No vale la pena, entonces, que cuando superamos ese miedo, nos encontremos con otras mujeres que nos dicen que somos malas feministas o que no somos tan radicales como se supone deberíamos ser. Otra vez, aparece Regina queriendo hacer del feminismo un círculo exclusivo para quienes sí cumplen con las características exigidas.

Esas actitudes y exigencias vuelven a crear miedo a decir que somos feministas y ahora no es creado por el qué dirán, sino por otras mujeres que también se consideran feministas, y aunque se supone que deberíamos ayudarnos a apropiarnos no solo del concepto si no de su significado, muchas veces no dejamos sentar con nosotras a quienes no siguen las supuestas reglas. Algo así como: “If you break any of these rulesyou can‘t sit with us at lunch”. Así de ridículo suena, porque así de ridículo es poner parámetros para dejar que una mujer se sienta empoderada.

Aceptar las diferencias, saber que todas somos y vemos la vida de forma distinta, que todas luchamos y nos empoderamos por una misma causa pero que cada una genera cambios desde diferentes ámbitos y que no todas usamos los mismos métodos para generar estos cambios, es aprender y enriquecerse de otras mujeres, es dejar de cuestionar a las demás y comenzar a respetarnos.

No se trata de cerrar el círculo, sino de poder abrirlo a todas las mujeres porque hay muchísimo de cierto en eso de que “Todas deberíamos ser feministas”. También todas deberíamos sentirnos cómodas al serlo, sentirnos libres de preguntar y de aprender cada vez más. Hay que fracturar a la Regina George del feminismo, no literalmente, pero si comenzar a entender que esta lucha no es Mean Girls y que la idea de todo esto es que juntas, diferentes y hombro a hombro sigamos abriéndonos paso como mujeres en esta sociedad.