No me considero supersticiosa. Pero la historia que les voy a contar, mi historia, no pudo ser posible sin la magia incomprensible de las coincidencias que, en su mayoría, sucedieron en los momentos más ordinarios y, por lo mismo, menos esperados.

Debo aclarar al lector que desde hace mucho tiempo empecé a querer con todas las fuerzas irme a otro lugar. Siempre he sentido un amor y agradecimiento profundo por mis montañas y mi país pero sabía que me limitaba y no me permitía ser completamente autónoma para crear mi historia. Cuida lo que sueñas: ahora entiendo el poder absurdo que hay en lo que realmente deseas con el alma.

La historia comienza desde el final. Actualmente vivo en CDMX, construyendo mi carrera y acompañada de un hombre extraordinario que, si no es el amor de mi vida para toda la vida, es el amor de mi vida más lindo que he sentido hasta ahora. A él (mexicano, por cierto), lo conocí en un evento de emprendimiento en Medellín hace dos años al cual fuimos invitados como speakers. Estuvimos a punto de no conocernos porque dos días antes de mi charla decliné la invitación: tenía el corazón roto, estaba deprimida y no me sentía con fuerzas suficientes para hacerlo. De no ser porque mi mamá que me llamó minutos después a convencerme de que era capaz, no hubiera confirmado a último minuto mi asistencia.

A la creadora de ese evento la conocí por amigas en común, amigas que conocí en un coworking.  A ese coworking llegué porque comencé a trabajar con mis dos primeras socias y encontramos en ese lugar nuestra primera oficina informal. A ellas las conocí en un evento al que me invitaron y al cual llegué, por cierto, 30 minutos tarde y no iba a asistir, de no ser porque todo estaba liderado por un amigo y no podía quedarle mal.

A ese amigo lo conocí por coincidencia en una edición de Colombiamoda de hace 7 años. Yo estaba trabajando en el stand de Cosmopolitan, la revista, y él se me acercó para pedir mi contacto porque quería trabajar conmigo. A ese Colombiamoda fui porque la persona responsable del stand me encontró en redes sociales.

Benditos amigos en común, bendita lealtad a mi amigo para llegar aunque fuera tarde al evento. Benditos los sueños compartidos con las que fueron mis socias. Bendita la coincidencia de trabajar en el mismo lugar que las amigas de la directora del evento al que fui invitada. Bendita la llamada de mi mamá que me convenció de que sí podía hacerlo aunque tuviera el corazón roto, casi imposible imaginar que aún así pude inspirar a más de 700 personas a creer en sus ideas y sueños. Bendito el evento, bendita la mesa de almuerzo que nos hizo coincidir, a este hombre y a mí, cara a cara. Bendita la química. 

Benditas las sorpresas por no ser coincidencias sino recordatorios de todo lo que merecemos, aunque no nos sintamos dignos de recibirlo. Benditas las invitaciones aceptadas sin peros. Benditos los “sí” que le abren la puerta a lo que la vida tiene dispuesto para nosotros. Benditas las decisiones rápidas antes de que el miedo se nos cuele y nos quite la magia de la intuición.

He aprendido a no subestimar ninguna oportunidad del presente porque ahora sé que es la que puede llevarme a ese futuro que tanto anhelo. No desprecies las incomodidades y el cambio: tal vez te están preparando para lo que siempre has deseado.

No hay lugar que pises en el que no debas estar. Y esa es la certeza que hace mi camino: siempre estoy donde debo de estar porque sé que a donde vaya la vida tiene una sorpresa preparada para mí. 

La vida está llena de faros para que las almas no se pierdan. Bendita vida.