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Matilde de los Milagros: la mujer que le pidió la mano a su novio

ALEJANDRA MAR

Matilde de los Milagros Londoño es una escritora y periodista manizaleña. Fue colaboradora del colectivo feminista Estereotipas, junto a Catalina Ruiz Navarro, fue parte del equipo de TED en Nueva York y asistente editorial en la revista El Malpensante. La entrevistamos para contar la historia de una mujer que le pidió la mano a su novio.

-¿Cómo y por qué decidiste pedirle matrimonio a tu novio?

Martín y yo llevábamos meses hablando abiertamente de nuestro deseo de casarnos. Hablábamos del tema con mucha frecuencia y confianza, y fue precisamente esa claridad y honestidad en nuestra comunicación la que dio origen a mi idea de pedirle matrimonio.

Antes de estar con Martín tuve varias relaciones muy largas en donde el tema del matrimonio se daba, pero con pesadez. Las conversaciones tenían un aura oscuro y terminaban saliendo a flote, inevitablemente, como consecuencia del análisis de una relación tradicional, larga y estable. Con Martín, en cambio, el deseo de casarnos nació de manera distinta, más naturalmente, y lo que para otros en ese punto podía parecer un impulso prematuro, ingenuo y emocional, era en realidad un deseo correspondido y auténtico que no estaba acompañado de la presión, la inseguridad y el miedo que recuerdo haber sentido cuando hablaba de matrimonio en mis relaciones pasadas. Martín y yo, a pesar de llevar poco tiempo juntos, compartíamos una certeza: queríamos pasar el resto de la vida juntos y queríamos oficializar y celebrar nuestro deseo casándonos. Estábamos, digamos, en la misma página.

Entonces pensé: ¿por qué esperar? Usualmente la mujer espera que su novio le pida matrimonio y, casi siempre, el tiempo de esa espera lo determina el hombre independientemente de los deseos de su pareja. Siempre sentí que esa “espera” no solo es injusta, cruel y dolorosa, sino que es una típica práctica de poder y manipulación capaz de generar gran dolor e inseguridad en las mujeres que, adicionalmente, crecimos creyendo que el matrimonio y el éxito personal son la misma cosa y que no conseguir un hombre dispuesto a casarse con nosotras es sinónimo de fracaso.

Yo le temía mucho a esa “espera”, me parecía indigna, y no estaba dispuesta a entrar en esa dinámica odiosa y dañina. También era consciente de que la propuesta de matrimonio tradicional tiene dos requerimientos: un buen anillo y un buen evento sorpresa para entregarlo. Martín en ese momento no tenía ni mucho dinero para un anillo ni tiempo para planear la propuesta y, como yo no soñaba ni con lo uno ni con lo otro, decidí tomar la iniciativa.

-¿Antes de pedirle matrimonio compartiste con alguien tu idea? ¿Con qué reacciones te encontraste?

Primero hablé con mi circulo más cercano de amigas y familiares y después con los papás y la hermana de Martín. Les dije que quería proponerle matrimonio y que no quería que el evento los tomara por sorpresa. Ambos somos muy cercanos a nuestras familias y tener el apoyo de todos me parecía importantísimo. Como nunca he sido una mujer muy tradicional, y he sido muy abierta y expresiva con respecto a mi feminismo, no les sorprendió mi idea. Tampoco les sorprendió que no quisiéramos casarnos por la iglesia. La reacción general fue muy amable y las reflexiones que me hicieron fueron útiles y constructivas, enfocadas más en el fondo que en la forma de la propuesta.

Pero de todas las reacciones y comentario sí hubo una pregunta que me impactó: “¿Será que Martín no sueña con ser él quien pida matrimonio? ¿No le estarás robando un sueño?” Más adelante un amigo de Martín se sumó a esa preocupación comentando que él se molestaría mucho si su novia “le quitara” ese momento tan especial.

Yo creo que el acto de proponer y expresar un deseo no puede pertenecerle únicamente a los hombres y cuando creemos que al expresar nuestra voluntad le estamos arrebatando un “derecho” o un sueño a nuestra pareja, no hacemos otra cosa que restarnos autonomía, agencia y libertad.Una expresión de amor como proponer matrimonio, siempre y cuando haya sido previamente conversada y consentida, debería ser bien recibida, venga de quien venga.

-¿Cuál fue la reacción de tu novio en el momento de la propuesta?

El momento de la propuesta fue muy angustiante porque Martín se demoró mucho en entender lo que estaba pasando. Yo había mandado a hacer una argolla y cuando se la entregué él no entendía qué tenía en la mano. Además hubo poca antesala, estábamos acostados en la cama, empijamados con las luces apagadas justo antes de dormirnos, y la cotidianidad del momento no generó ninguna sospecha de que “algo fuera a pasar”. Ya con la argolla en la mano estuvo callado por un par de minutos, como tratando de encontrar referentes en su mente que lo ubicaran en la realidad, y casi no vuelve en sí.

Mientras tanto yo, en un estado de total pánico, pensaba que me había equivocado y que había acabado con mi relación. Cuando por fin identificó la ocasión y me dijo que sí, nos pusimos dichosos los dos. Pero ahora que puedo analizar su reacción inicial, me parece natural. Es como si nuestro cerebro y expectativas estuvieran configuradas para ese único escenario en donde el hombre le propone matrimonio a la mujer. No tenemos muchos ejemplos de la situación inversa, y por eso mismo le fue difícil identificarla.

– ¿Qué opina de que hayas sido tú quien le propuso matrimonio?

Si yo no hubiera tenido la certeza de que Martín reaccionaría con emoción y naturalidad a mi propuesta no habría pensado en casarme con él y mucho menos en proponerle matrimonio. Para mi es esencial que la persona con quien voy a compartir mi vida preste atención a los temas de género y esté dispuesta a revisar, cambiar y cuestionar sus hábitos.

Martín entiende la importancia de la lucha del feminismo, reconoce que le falta mucho por aprender del tema y sabe que parte de estar conmigo es acompañarme en algunas luchas difíciles. Por eso se alegra de que yo haya actuado movida por mi voluntad y no por las convenciones sociales. Dice que aunque la propuesta lo tomó completamente por sorpresa, no le extraña que haya sido yo quien tomó la iniciativa. Creo que de alguna forma se siente orgulloso y afortunado de haber tenido una experiencia que dice mucho sobre nuestro amor, sí, pero también sobre nuestras creencias.

-Aunque hay un incremento de las parejas igualitarias, este avance todavía no ha conseguido cambiar la tradición que continúa cargando sobre el hombre la responsabilidad de declararse a su pareja ¿qué piensas que hace falta para que cambie esa práctica?

Creo que mientras sigamos juzgando a las mujeres por expresar sus deseos y opiniones (sexuales, políticas, etc.) y mientras sigamos educándolas bajo máximas morales que las hagan sentir menos libres de comunicar su voluntad, se mantendrán las convenciones tradicionales de prácticas como la del matrimonio tradicional.

Esa falta de libertad, o ese castigo a la libertad de la mujer, inhibe que cuestionemos nuestras costumbres y ayuda a que se perpetúe el desequilibrio malsano y peligroso que hay entre hombres y mujeres. La verdad poco me importa que la tradición del matrimonio tradicional “se salve”. Me importa sobre todo que la mujer pueda ser libre de expresarse y de tener relaciones sanas y diferentes de las que nos enseñaron. Si eso acaba con la práctica tradicional del matrimonio, pues que se acabe.

-¿Qué le dirías a otras mujeres respecto a este asunto?

En la actualidad, y afortunadamente, no todas las mujeres sueñan con casarse. Hemos venido entendiendo, cada vez más, que el matrimonio ni es la única ruta hacia el amor ni garantiza el disfrute pleno del amor. Ahora sabemos que no solo ama o es amado el que se casa o la persona a quien le piden matrimonio.

Hemos explorado muchos tipos de amor para concluir que el matrimonio tampoco es la prueba máxima o única del compromiso entre las personas. Es una práctica tradicional -con una carga histórica, religiosa y cultural muy fuerte- que muchos seguimos eligiendo y otros pocos vamos transformando.

Cuando uno está pensando en casarse con su pareja lo primordial, en mi opinión, es el consentimiento. Pedirle matrimonio a alguien sin haberlo hablado antes me parece un acto muy violento. Creo que la decisión y los términos de esa decisión deben ser acordados y compartidos y que no deben poner en riesgo los principios de cada uno. Me genera mucha desconfianza esa sensación de insignificancia, pequeñez y desamor que sentimos con frecuencia las mujeres cuando hablamos sobre matrimonio con nuestra pareja.

Como si nuestro amor fuera una carga, como si estar con nosotras fuera hacernos un favor. Deberíamos entender esa sensación como una advertencia y no como “algo normal”. Pero, en suma, a las mujeres que aún quieren casarse les recomendaría que exploren con juicio su deseo, primero solas y luego en pareja: ¿Por qué quiero casarme? ¿Qué es el matrimonio para mi? ¿Quiero tener un matrimonio tradicional? Si, no, ¿Por qué?