Me pican las cursilerías

Escrito por Lola Voladora

ILUSTRACIÓN POR PAULINA CUADROS @PAULINACUADROS

Sí, Lolo. Puedo identificar que tu lengua es gigante desde lejos. Creo que ya puedes sacarla de la boca de tu novia. ¡Es la octava vez que la metes ahí en menos de un minuto, déjala respirar! Y déjame, por favor, sobrevivir a esta escenita caliente. Creo que prefiero no presenciar tremendo show de succión.

Justo en esta época del año -que astrológicamente coincidió con una sequía bastante prolongada para mí-, el mundo encuentra la manera de infestarse potencialmente de cursilerías insoportables. Lolas, ¿no les ha pasado que no aguantan ver esas parejas melosas en público? Les confieso que a veces me dan hasta ganas de abrazarlas. Con una mesa. En la cara. Cuatro veces.

¡Están hasta en la sopa! A veces ni siquiera es posible entrar a Twitter con tranquilidad, pues una lista de indirectas entre una de mis amigas Lolas y su pareja se despliegan de manera infinita, exponiéndole al mundo la razón de sus peleas y poniendo en evidencia un drama que, para serles sincera, es tan poco interesante que ni alcanza a ser una historia digna de chismosear.

¡Y ni para qué insistir, Lolitas! En tres días lo va a perdonar. Y, claro, toda la ciudad se va a enterar porque en su Instagram será un éxito la foto -que promete amor eterno en la caption- de un ramo gigante de rosas y un peluche de tres metros y medio.

¡Llegó el momento de rajar de esas parejas fastidiosas! Esas que no son capaces de ver que hay un mundo más allá de la telenovela mexicana en la que creen que viven. Y es que hoy me desquito de esas mujeres que siempre dicen “niñas, ¿es plan con novios? ¡Es que lo quiero llevar!”. ¿Acaso no pueden pasar rico si dejan a su llaverito en su casa? ¿No se hostigan comiendo tanto bizcocho?

Pero, ¿para qué les miento, Lolitas? Esta rajadera es más bien un síntoma del síndrome de la sequía y, para ser muy sincera, mi amargura se debe a la falta de un bizcocho que me endulce la vida y que me ponga en ridículo asfixiándome con su lengua en público. Si yo lo disfruto, ¿qué importa? Cuando a cupido le da por ponerme a delirar me convierto en una de esas parejas empalagozas que, por más que lo intente, me recuerdan que solo se odia al amor cuando no se tiene y que las cursilerías solo me pican cuando no son para mí.