Me dejó de interesar si me contestaba o no un mensaje. Llegué a un punto donde me cansé de los cuentos.
Creo que todas las mujeres somos expertas en perder la dignidad por un amor barato de esos que de la misma manera que llegan, se van. No existe una explicación científica que justifique la atracción, o mejor dicho, la debilidad que sentimos ante un cabrón, pues aunque digamos que no, todas hemos muerto por uno.
Tenemos la habilidad de leer entre líneas, detectamos cada mentira disfrazada que nos llegan a decir con tal de comprarnos. Lo más irónico es que nos vendemos tan fácil que realmente duele aceptarlo: nos puede más la ilusión, con tal de no dejar ir a ese “algo nuevo” que nos llena por el momento. Y es aquí donde ahogamos nuestros ojos en un mar de lágrimas cuando las cosas no tienen el resultado que esperábamos.
No es que seamos tontas, simplemente buscamos justificar cada acción que va en contra de nuestra razón. Somos fanáticas de buscarle un lado positivo al más mínimo detalle, siempre y cuando veamos alguna posibilidad.//Ejemplo: el susodicho lleva más de veinte minutos en línea.
– Tú: ¿por qué no me contesta?
– Estúpido pensamiento justificador: Seguro está ocupado.
– La razón ante todo: No te contesta porque no quiere.
Y ahora que lo estoy escribiendo, realmente parece una tontería preocuparnos por cosas así, pero en su momento no lo es. Aquí es cuando todos nuestros pensamientos chocan en la cabeza y nos dejan aturdidas de tanto ruido que hacen las emociones.
Creo que esto se da porque no somos capaces de aceptar las cosas tal y como son. Simplemente deberíamos dejar que todo fluya. Pero no, lo que realmente hacemos en ese momento es buscar frases para consolarnos animándonos a que todo estará bien, cuando ni sabemos qué pasará el día de mañana.
Y no estoy diciendo que nosotras seamos las culpables, ni ellos. Pero sí acepto que en varias ocasiones me he vendado los ojos por personas que simplemente no quieren estar en mi vida. No voy a aprovechar este momento para recriminarles la ilusión que me crearon -o que yo misma me creé- porque creo cada mujer debe conocer a un cabrón.
Y aunque suene trillado, así somos nosotras: tercas por naturaleza al grado de que podemos tropezar con la misma piedra no solo dos veces, si no las veces que estemos dispuestas a hacerlo hasta darnos cuenta que tenemos que poner un límite, porque hay un momento en el que entendemos que no vale la pena sufrir por el insomnio que nos ocasiona cada juego de palabras que sale de sus bocas provocando los millones de por qués en nuestra cabeza.
Y es así como nos resignamos poco a poco a que esa persona no llegará, pues realmente es demasiado tarde para que se demuestre lo contrario, porque aunque muchas lo nieguen, somos fieles creyentes del destino, sabemos que si algo debe suceder, simplemente sucederá sin prisas ni aceleraciones.
Debemos tener todo claro desde un principio. Me refiero específicamente a las intenciones, sean malas o buenas, pues de esta manera nos ahorramos perdernos en el camino intentando encontrar algo que nosotras mismas sabemos existe o que no funcionará.
Deja de exponer tu corazón al intentar demostrar que vales la pena porque el que sea digno de ti no hará que dudes nunca de lo que eres. Por eso, mujer, ten el valor de dejar ir a esas compañías tóxicas de tu vida: si alguien no mueve ni un dedo por ti, tu mueve cinco por él para decirle adiós.
Esta no es la primera vez que lo pienso, ni creo que sea la última. Pero por si algún día se me olvida, lo dejaré por escrito para recordarme y de paso, a quien lo lea, que tal vez está viviendo los mejores días de su vida.
Llevo años cayendo en la trampa de creer que el pasado es mejor. Que en nada se comparan las navidades de antes con las de ahora, que las reuniones en familia eran únicas cuando estaba pequeña o que las salidas a bailar eran realmente excitantes cuando fingía tener la mayoría de edad.
Me he partido la cabeza pensando que nada volverá a ser como antes, elogiando lo que fue solo por ser pasado sin pensar realmente en lo vivido. Lo hago cada año, uno tras otro: una espiral eterna y viciosa, patética y pobre, que me hace verlo todo, ahora, como si fuese insuficiente y como si el pasado fuera extraordinario, magnificándolo, engañándome.
Hace unos días, en esos trances de nostalgia combinados con tontería, comencé a ver fotos viejas que he guardado en la nube y con cada una podía recordar y revivir, como una pesadilla, los dolores que estaba viviendo sin olvidar detalles. Recordaba las tristezas que cargaba sin importar qué tan feliz fuera ese momento. Aunque todo estuviera bien, algo me hacía sentir infeliz porque faltaba algo, porque podría haber sido mejor, porque no había salido como lo esperaba.
Tal vez es uno de los peores males que padecemos los seres humanos: sentirnos insatisfechos porque nada es perfecto como podría haber sido. Estar cegados por lo que pudo ser pero que nunca es ni lo será ni lo fue. Nunca lo ha sido porque no existe, porque la idea de perfección es una antítesis de la realidad.
Idealizamos la felicidad como una coincidencia de circunstancias arbitrarias, pero nada se le asemeja: todo es contradictorio, incomprensible, abrumador. Nada nunca será lo que esperamos porque la vida es una acumulación de hechos impredecibles. Y eso, amigos, es nuestro calvario porque ahí, precisamente, es donde se encuentra lo bello: en el oxímoron de la vida misma. Porque la belleza está en la paradoja, en la sorpresa y el desatino.
Vivimos con la sensación de que nadie ni nada es suficiente porque esperamos. Porque romantizamos la idea de que alguien algún día nos entienda tanto que nos lea a través de nuestros ojos. Romantizamos los errores para romantizar las enmiendas y los perdones. Romantizamos una pandemia para romantizar la libertad que nos era costumbre y rutina. Romantizamos la vida para creer que podría haber algo mejor, tal vez como el pasado: una disonancia cognitiva que nos distrae de vivir el presente, el ahora: de reconocer las infinitas posibilidades de sentirnos realmente felices sin necesitar nada más que nosotros mismos.
Creo que he tomado las peores decisiones de mi vida pensando que lo mejor sería esperar al momento perfecto, que no parecía ser lo indicado, que todo no estaba alineado para dar un sí, cuando realmente el presente es el momento perfecto. Porque el presente es la respuesta a todas nuestras preguntas aunque nos tome tiempo entender que los puntos se conectan y que somos como la naturaleza, cíclicos, y cada temporada hace parte de la travesía de vernos florecer. Porque nada vuelve a ser igual. Y el mejor momento es ahora.
Amaré este presente, con su soledad y silencio, con el tiempo generoso y el ocio, antes de que el aburrimiento me haga romantizar la libertad de no poder estar a solas conmigo.
Gracias de verdad gracias
Con todo el amor <3