La vida es relativamente larga, pero ahora que me pongo a pensar veo que en un abrir y cerrar de ojos fui a la guardería, me gradué del colegio, estuve en ese limbo inevitable de no saber qué hacer con mi vida, decidí estudiar Arquitectura por alguna razón que hasta hoy no entiendo muy bien, recibí el título, trabajé, trabajé más y sigo trabajando.

Definitivamente ya entendí eso que decían mis papás de que después de los 15, la vida se pasa literalmente volando. Sí, Lolas, ya estoy en el punto en el que me siento identificada con los refranes que en alguna época “solo decían los adultos”.

Y entonces llega ese momento en el que sabes que debes dar un paso más en tu vida y se te ocurre esa idea brillante de vivir sola.

Tener tu propio apartamento con la decoración que amas, salir y no tener que darle explicaciones a nadie, hacer fiestas, comer lo que te gusta… y así podría seguir haciendo una lista interminable. Pero es que nadie nunca te explica que todo eso es fantasía, algo así como cuando eras pequeña y soñabas con conocer un príncipe azul como en las películas de Disney, pero que cuando creces te das cuenta que lo más parecido a un príncipe azul es el resultado de la suma de una noche de Netflix + helado.

Para empezar, les cuento que eso de comprar un apartamento, para que sea TU apartamento, es necesario trabajar muchos años para que por alguna razón te suban de cargo, por ende te suban de sueldo y así poder pedir un préstamo que deberás pagar por mil y un años, porque para conseguir un apartamento con un área medianamente decente y en una buena zona, tendrías que tener $400.000.000 aproximadamente, por lo que tendrías que pagar mensualmente $11.000.000 durante 3 años por decir algo, para que los impuestos no sean tan altos.

Lo anterior Lolas es un ejemplo rápido, que hace que ese pensamiento de tener un apartamento propio se vea solo en los sueños.

Entonces para evitarse ese lapso de tiempo, terminas por aceptar que debes alquilar. Respecto a la decoración, te das cuenta que es más importante comprar ollas, toallas y todas esas cosas que la mamá siempre compraba, pero que tú no entendías muy bien por qué. Con eso de las fiestas, terminas vetando literalmente tu casa porque sinceramente da mucha pereza ser la anfitriona y luego tener que hacer el aseo post-fiesta (lavar platos, barrer, trapear, etc). ¿Comer lo que te gusta? Francamente nadie cocina como la mamá.

Y entonces tu email se llena de facturas por pagar – alquiler, agua, luz, gas, administración, plan de celular, tarjetas de crédito, gimnasio, etc – mientras proporcionalmente tu cuenta bancaria se va quedando sin nada. Decides no prender muchas luces ni gastar demasiada agua porque no quieres que te lleguen los servicios muy altos y los electrodomésticos son tus nuevas compras favoritas o, más que favoritas, necesarias.

En conclusión, después de analizar esa decisión con cabeza fría te das cuenta que no entiendes por qué cuando eras niña soñabas con ser grande, si definitivamente era mucho mas divertido solo preocuparse por no salirse de la raya cuando estabas coloreando. Y después de analizarlo mucho, llegué a la conclusión de que todo ese dinero que me va a costar un apartamento, mejor lo invierto en viajes y así le hago honor a mi generación de los Millennials.