
ILUSTRACIÓN POR CRISTINA FONTÁN @CRISTIFONTAN
Diciembre es, casi que por regla, sinónimo de familia. Pasan once meses de chismosear con las Lolas oficiales, de sufrir porque la fecha de entrega está que llega, de necesitar con urgencia un respiro de los deberes del trabajo y la universidad, un respiro de los compromisos sociales, de los bizcochos problemáticos… un aire en las actividades atareadas de la vida. ¡Estamos cansadas!, y a modo de milagro anunciado, después de mucho drama, Lola María nos concede Navidad.
Miramos a las Lolitas que algún día fuimos esperar con ansias la temporada decembrina, cargada de sorpresas e ilusiones en cada una de las fechas. Sentimos alegría por el tiempo de reposo, por el placer de compartir en familia y delieitar eternamente el paladar, pero también sentimos nostalgia porque la Navidad ha cambiado, ya no es la que solía.
Sentirla hoy es saber que todavía tenemos para nosotras esta fecha especial, pero, al mismo tiempo, es recordar las Navidades de la infancia y saber que años atrás todo era mejor, más lleno de sorpresas, más familiar. Es como volver a nuestro bar preferido, pedir el coctel de siempre y ¡puf! … desinfle total: cambiaron el barman, cambiaron la carta y la receta tradicional. Sigue siendo a base de Vodka pero los toppings son otros y ese coctel jamás sabrá a lo mismo.
¿Qué les pasó a las natilladas y marranadas que juntaban a los tíos lejanos? Nadie nos dijo que mientras las lolas nos crecían, las familias se separarían y las grandes ansias de Navidad se reducirían a volvernos el pegote de la mejor amiga para asistir a otras novenas en hogares desconocidos y a una minúscula cena el 24 con el núcleo familiar.
Antes había una temporada de un mes con los primos: escondidijos, chucha cojida, castillos de la barbie, traido del niño Dios… Comer como si no hubiera un mañana, sin pensar en gordos, dietas o bizcochos: buñuelo, natilla y hojuelas. Pavo, pernil, chicharrón. Papas, tortas y galletas navideñas. Los días pasaban entre idas y venidas a la finca, aquella casa tradicional rodeada de cafetales que acogía al familión, llegando cargado de regalos de todas partes del mundo o del país.
Las Lolas mayores se juntaban en torno al fogón de leña con un propósito común: que la natilla no se cortara. Los primos cumplían con el reto de quedarse todo el día en la piscina hasta quedar con piel de pasa como los abuelitos, mientras los papás disfrutaban de ron y whisky, de villancicos y música tradicional, con la comida como ritual de todo el día.
De esas Navidades han pasado más de diez años. Y si bien la nostalgia golpea duro -esperamos que ninguna esté en sus días sensibles mientras recuerda los momentos bacanos en familia-, el ojo aguado nos da fuerza, para dejar la bobada a un lado y recrear la magia que sentimos perdida.
Cantemos este gozo en conjunto, Lolitas del alma: ¡Screw you up, drama maluco! No dejemos que la vena de la tristeza se nos brote este diciembre y más bien disfrutemos de prender velitas, así sea solo con la mamá. Así sea que el hermanito vago no participe y que no se repita la tradición de hacer bolas de parafina con los primos. Les juramos que en un abrazo bien sentido y una mirada que les sonría mientras cuentan los deseos para el nuevo año, pueden representar el sentido de esa verdadera Navidad.
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