Todas tenemos esa vocecita interna que nos guía con un «sí», un «no», un «camina más rápido», un «no lo compres», un «no te lo comas», un «bésal@», un «no l@ llames», un «escríbele», un “¡hazlo!”… nos ayuda a tomar decisiones.

A esa voz la llamamos “intuición”, algo que podemos definir como la habilidad de ser más receptivas ante los estímulos internos y externos que se nos presentan en cualquier situación. Por ejemplo, cuando conocemos a alguien y “algo” nos dice que podemos confiar en esa persona o que debemos permanecer alertas; o cuando tenemos una pareja y “algo” nos dice que hay cosas que están pasando y no se han puesto sobre la mesa pero están afectando la relación; o por ejemplo cuando sabemos que no es la persona indicada, pero igual seguimos cual perrito faldero en diferentes niveles (así nos duela).

Lastimosamente muchas veces nos hacemos las de oídos sordos, la ignoramos y luego nos arrepentimos de no haberla escuchado.

Pero, ¿qué nos lleva a no hacerle caso a la intuición? Pueden ser una o, máximo, dos opciones: somos ingenuas, caprichosas, desesperadas, superheroínas empedernidas, tenemos complejo de “rehabilita gamín – repara traumado”, de psicólogas y hasta de predicadoras, creemos que podemos cambiar el mundo a lo Gandhinas. El caso es que muchas veces, pese a la cruda realidad de cada situación, seguimos adelante convencidas que nada nos va a pasar (obstinadas que llaman), mientras nuestra vocecita interna se desgarra a grito herido alertándonos sobre lo que anda mal, es como si tuviéramos una mini yo que busca todo el tiempo que estemos bien.

Pero nuestro encanto por desobedecer y ser rebeldes nos pone un escudo que no siempre funciona y muchas veces resultamos heridas, afectadas, destrozadas, traumadas, hechas pedazos o como lo quieras llamar. Todo esto es una muestra de que somos tan humanas y tan imperfectas que actuamos bajo muchas motivaciones y en cada decisión nos enfrentamos a un gran dilema: mente/corazón.

Las decisiones que tomamos desde la mente, son supuestamente más razonables y centradas, a veces creemos que pensar en las consecuencias es una buena manera de ayudarnos a dar el paso a la acción de una forma más segura. Por otra parte, cuando hacemos algo guiadas por el corazón, tendemos a ser más emocionales y pensar en asuntos relacionados con nuestros sentimientos, es decir, en el mundo no hay maldad porque todos somos buenos y solo vemos flores y colores. Personalmente creo que hay momentos para ser razonables y otros para dejarnos llevar por el corazón, pero todos surgen desde nuestra alma.

Somos Lolas multipropósito, hacemos mil cosas en diferentes espacios, la forma como vivimos cada situación es colectiva, porque somos naturalmente sociaLES (no sociables, hay Lolas introvertidas), pero surgen desde nuestra individualidad, desde nuestra personalidad. Es por esto que muchas veces elegir entre varias opciones puede ser una difícil misión, tenemos en frente lo que pensamos sobre un asunto, lo que piensa la(s) otra(s) persona(s), la necesidad y la mini yo interna; mejor dicho, ¡drama alert!

Tantos elementos en un solo momento ponen el panorama interesante, más que gris, colorido, lleno de posibilidades y oportunidades para dejarnos llevar por la mente o el corazón, pero principalmente para pensar en lo que nos puede traer mayor satisfacción y eso nos lo dice la intuición. Hacerle caso a ella y no angustiarnos por la trampa de la mutua desobediencia entre los que nos dice la mente y lo que nos dice el corazón, es una muestra de nuestra capacidad para confiar en nosotras mismas, en nuestras habilidades y conocimientos, en nuestra experiencia y en todo lo que nos integra como mujeres y nos hace sentir orgullosas de serlo.

Esto, constituye una forma de empoderamiento, de ser las dueñas de nuestras elecciones y actuar desde el ser. ¡Claro, tenemos derecho a equivocarnos!, porque las equivocaciones nos fortalecen y ayudan a afinar la vocecita de la mini yo para que suene un poco más fuerte y se haga sentir.

Tomar decisiones conscientes, pensar en positivo, tener autoconfianza y caminar firmes, nos ayudan a hacer de cada una nuestra mejor versión; escuchar nuestra intuición nos satisface, hasta por el simple hecho de poder decirnos ¡yo sabía! o ¡tenía razón! o mejor ¡ya lo había pensado y lo hice!

Llegar a eso no es fácil, pero es una labor diaria que poco a poco debemos emprender por nosotras mismas. No se trata de reprocharnos ni castigarnos por errar, sino de tener la valentía de perdonarnos y continuar, de aprender y enorgullecernos por ser capaces de crecer a partir de lo bueno y lo malo.

No más «te lo dije» de mí para mí, en adelante será «confía en ti» de mí para mí.