Cuando estamos felices queremos parar el reloj porque deseamos que ese momento no acabe nunca, en cambio cuando estamos tristes anhelamos que las manecillas pasen más rápido para volver a sentirnos bien.
Lamentablemente para algunas o afortunadamente para muchas, el tiempo es algo que no podemos controlar. Nacemos, somos niñas, luego adolescentes, después adultas y finalmente salen las arrugas. Es ese el transcurrir del tiempo y de la vida “normal” y, lo que lo hace diferente son las decisiones que tomamos a lo largo de ese tic-tac, tic-tac.
Cuando nacemos somos lo que mamá y papá hagan por nosotras. Nos hacemos niñas y empezamos a decidir si nos gusta más el helado de chocolate, el de vainilla o el de macadamia. Llega la adolescencia y con ella los cambios de humor, el gusto o disgusto por la política o por el capitalismo y el deseo de tener uno, varios o ningún tatuaje.
Adolescencia… en la que nos creemos dueñas del mundo, inmortales y rebeldes. Rebeldía hermosa que nunca deberíamos perder. Entonces, unas deciden pintarse el pelo, otras hacerse un piercing y otras, como yo, nos hacemos un tatuaje. ¿Por qué? Porque de una u otra forma es una manifestación de lo que nos gusta, de decirle al mundo “aquí estoy yo”, de demostrarnos a nosotras mismas que somos únicas y especiales o porque simplemente se nos dio la gana de rayarnos la piel.
Pasa el tiempo y algunas pueden arrepentirse de haberlo hecho u otras como yo, pueden amarlos con locura. Mi primer tatuaje: [Dance forever] es mi definición, mi estilo de vida, algo así como mi firma. ¿Dónde? En la espalda, porque sencillamente me gustaba ahí. ¿Cuándo? A mis dieci…tantos años, posiblemente por esa envidiable rebeldía.
Tic-tac, tic-tac… Llega la adultez. Y con ella un pasado que trae consigo recuerdos, aprendizajes, historias y no en vano, líneas de expresión. Y entonces, los tatuajes en lugar de ser un acto de rebeldía, pasan a ser representaciones que dan significado a algo que nos mueve, que nos encanta, que nos representa. Son arte en nuestra piel que muestran aprendizajes, mantras, convicciones que queremos llevar con nosotras siempre o simplemente están ahí porque nos gustan, así, sin mucha explicación.
Mi segundo tatuaje: [Sea] -inglés- sencillo, amo el mar. ¿Dónde? En el hombro, porque la verdad me parece muy sexy. ¿Cuándo? A mis veinte…y pico después de una experiencia inolvidable en México. Mi tercer tatuaje: [Un elefante] sabiduría, prosperidad, familia. ¿Dónde? En las costillas, porque necesitaba un espacio relativamente grande para el dibujo. ¿Cuándo? También a los venti…muchos después de la peor tusa de mi vida. Cuarto tatuaje: aún no lo tengo pero lo tendré. ¿Un avión de papel, una flor o una frase? Se admiten recomendaciones Lolitas.
¿Son una adicción? Quizás sí. Según la ciencia la culpa de que algunas personas se enganchen a los tatuajes es que estimulan la liberación de endorfinas, unas hormonas que se asocian con los estados de ánimo positivos. Para la psicología en cambio, el sistema meso límbico es el encargado de otorgar una sensación de placer mediante la segregación de hormonas. Pero no hay que ir tan lejos para entender por qué nos los hacemos, simplemente los tatuajes son lo que una mujer quiso o sintió en ese momento determinado de su vida. No hay necesidad de explicarlo para que tenga sentido.
Tenerlos siempre estará bien, sin importar la figura que sea, dónde se haga y por qué… Es más, no hay nada más mamón que la típica pregunta: ¿y qué significa? Gente que no tiene tatuajes, aquí va la respuesta: muchas veces los tatuajes no significan NADA, sencillamente nos los hicimos porque nos parecen lindos o porque nos dio la gana… No es necesario ser trascendentales hasta con un tatuaje.
Que se muevan las manecillas del reloj es algo inevitable y gracias a la vida que es así porque lo mágico de este transcurso es precisamente el hecho de valorar el pasado, el presente y el futuro y los tatuajes son eso; un reírnos un poquito de la vida, de la muerte y del paso del tiempo.
Comentarios