Estereotipos de lo femenino

Mientras escuchaba a mi mejor amigo hablar acerca de su ideal de las mujeres, me perdí pensando en el primer adjetivo con el que daba apertura a su amplia lista de requisitos. Para mí, una mujer debe ser muy femenina”. Su preferencia sonaba innegociable y con eso tuve para fingir que lo escuchaba mientras asentía y me preguntaba en qué consistía esa condición.

Me angustié, pese a que no estoy nada interesada en una relación sentimental con mi amigo, porque evalué rápidamente si yo cumpliría con ese requisito y que tal vez el no hacerlo podría estar siendo determinante en la forma en como me relaciono con el mundo.

No dejé de pensar en eso, incluso acabada la conversación, así que recurrí a internet, como hago en la mayoría de los casos cuando una duda logra abrumarme. Entonces la pantalla de mi computador se inundó de rosado al poner en el buscador de imágenes de Google la palabra “femenino”. También aparecían muchas flores y un par de tacones… ¿por qué asociamos ciertos elementos como un color a un sexo determinado? Sin duda ser mujer debe ser más que eso.

Para algunas de las personas que conozco, que alguien o algo sea femenino radica en aspectos como la delicadeza, la dulzura, o la fragilidad; pero esto último se me hizo especialmente inquietante; ¿será por esa tendencia generalizada a relacionar a la mujer con debilidad? Se podría decir que la concepción social de lo femenino está construida sobre la desigualdad. Y esa es precisamente la idea que llevamos a cuestas desde siempre y que muchas, antes de nosotras, lucharon por erradicar de la conciencia colectiva.

No siempre les llamaron feministas a personas como ellas, que quisieron vivir como si las mujeres tuvieran el mismo deber ser de los hombres, que se acercaron al mundo para hacerlo suyo sin reservas. Tal vez no nombraron feminismo a su pensamiento, pero sencillamente se comportaron como tal. Pero ese no es mi punto, en cuanto a lo que es femenino y masculino; se podría decir que esencialmente es una diferenciación de carácter sexual, que ha tomado otras connotaciones a raíz de una construcción cultural; son costumbres atribuibles a un género determinado en torno a las normas sociales.

Pero ser mujer no debe estar ligado a comportamientos exclusivamente femeninos, como lo dictan las reglas culturales; ¿y por qué incriminar lo contrario? La naturaleza humana no es tan simple.

No nos esclavicemos con roles y adjetivos; es nuestra tarea repensar el concepto de feminidad según la forma como nos sentimos siendo mujeres y no estaría mal que los hombres se permitan explorar esa cualidad con mayor libertad. Porque el feminismo también lucha para que los hombres lloren con espontaneidad, demuestren sus sentimientos, usen rosa o halaguen lo bien que se ve otro hombre sin que eso implique que se ponga en tela de juicio su masculinidad.

Dentro de las definiciones bajo las que estamos regidas, acerca de lo que es femenino, hay aspectos que son muy rescatables y podrían hacernos pensar: ¡qué rico ser mujer!, ya que se nos asocia con receptividad, empatía y sensibilidad. Sin embargo, esas perspectivas o convenciones sociales no deben limitar nuestra capacidad constante para reinventarnos; para ser lo que queramos.

La feminidad ha significado cosas diferentes conforme a distintos contextos y épocas. Tal vez a alguien en algún momento se le ocurrió pensar que una mujer que disfrute jugando fútbol es menos femenina que una que practique patinaje sobre el hielo; ¿y eso a su vez significa que un patinador sea menos masculino que un futbolista? Bajo esa lógica sí. Esas preguntas suelen resultar paradójicas, porque en definitiva las costumbres que se le atribuyen a un solo sexo pueden poner en aparente desventaja a ambos. ¿Será que el concepto de feminidad se creó para limitar lo que podemos ser? En todo caso, ser menos “femenina” de lo que nuestra sociedad dicta no tiene nada de malo.

Que seamos las mujeres que ahora somos supone algo diferente a lo que significó serlo para nuestras abuelas; porque para ese entonces, la feminidad parecía estar completamente ligada a la vida marital y posteriormente a la maternidad; y salir a la calle desnuda sería tal vez menos escandaloso que un divorcio.

Posiblemente no exista una única esencia femeninasolo múltiples formas de ser mujer. Así como en nuestra cultura occidental está en el imaginario común que es propio de la mujer el maquillaje, usar falda, ser intuitivas, lucir nuestras lolas y, tristemente, ser sumisas; en otras culturas como la africana se ha naturalizado que el placer sexual no es algo digno para la población femenina por motivos religiosos, así que se practica la ablación del clítoris –por fortuna, en este momento es una misión de las naciones unidas acabar con esta práctica–.

Así mismo en China lo femenino conlleva a una discriminación incluso desde el nacimiento, ya que es más conveniente para una familia tener hombres gracias a una ley de control natal establecida desde 1979. Por consecuencia se dejan de registrar las niñas al nacer o en los peores casos hay infanticidio.

Esos son solo un par de ejemplos que nos hacen saber que las mujeres alrededor del mundo hemos sido víctimas de las construcciones sociales poco equitativas sobre lo que es ser mujer y el femenino; otro peso que cargamos y que no tenemos por qué hacerlo más.

Posiblemente mi mejor amigo se tope con una mujer que se asemeje a su ideal, pero considero que es nuestra tarea individual salir de las celdas de esos contextos opresores; identificar nuestros propios conceptos de feminidad, apropiarnos de la palabra “mujer” y resignificarla.