Que la soledad no te haga regresar a lugares en los que ya no perteneces

Escrito por Alejandra Carreño Santamaría

Me quedé mirando el celular unos segundos antes de oprimir enviar. Borré el mensaje. Lo volví a escribir y en un impulso extraño, lo envié finalmente. Yo sabía en el fondo que no debía hacerlo, que lo que estaba buscando en realidad no lo iba a encontrar una vez ‘‘Pedro’’ recibiera el mensaje, pero igual lo hice. ¿Por qué? Porque me sentí sola.

Comenzó con una sensación extraña que se debatía entre mi estómago y mi pecho. Un vacío que me alarmaba de que algo no estaba bien conmigo. Después llegaron los recuerdos que no estaba buscando.

Por último, investigué; ‘‘soledad’’, ‘‘diferencia entre sentirse sola y estar sola’’ ‘‘¿Cómo se siente una persona en soledad?’’. Quería entender con claridad qué era lo que me estaba pasando. Pero no era necesario que investigara algo que ya sabía.

La soledad, descrita por la RAE como ‘‘Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo’’, o ‘‘carencia voluntaria o involuntaria de compañía’’, había entrado por primera vez en mi vida. Creo que lo que sentí ese par de semanas fue una mezcla de las dos definiciones. Extrañaba algo que había sentido con alguien y no tenía a ‘‘esa’’ persona. No necesariamente ocupaba un rostro lo que estaba atravesándose en mi pecho, pero sí estaba ligado a una sensación.

Sé que la soltería y la soledad son dos cosas distintas. Pero estar soltera no implica que uno se sienta sola y hay personas que, con pareja, sienten soledad. Esta es mi experiencia: por lo general estoy soltera. A lo largo de mis 28 años he encontrado en mi soltería una comodidad y una independencia que me da estabilidad emocional. Lo raro es que tenga novio, por ponerlo en otras palabras. Disfruto de mis amistades, mi familia y mis momentos en los que salgo conmigo misma. Me entiendo mejor así, aunque sé que todo eso se puede disfrutar al lado de una pareja. Pero, cuando empezó esa incomodidad en la que me empecé a sentir sola me di cuenta de que extrañaba estar con alguien.

Todo empezó con un detonador, como pasa cuando algo hace que la cabeza dé más vueltas de las necesarias. A veces es una película, otras veces es una comparación con lo que pasa alrededor de uno y en mi caso fue una situación difícil. Sé que tenía a mis amigos y amigas para hablar, o a mi familia, pero a veces sentía que necesitaba a ‘‘esa’’ persona y yo no la tenía. Me empecé a sentir mal y en medio de que no me gustara nadie, mi cabeza empezó a hacer un extraño recorrido por todos mis ex-amores. Los escenarios empezaron a proyectar en mi cabeza cómo sería si hubiera terminado el recorrido de la vida con alguno de ellos, pero solo fueron imágenes, porque los sentimientos ya no estaban.

Extrañé… y esa ausencia de algo, mezclado con mi vulnerabilidad, no eran una buena compañía. Le pregunté a una amiga si ella extrañaba estar con alguien. Me dijo que sí, que a veces veía que todas sus amigas tenían esposo o novio y que a ella le gustaría compartir con alguien. Y en ese momento, en el que las dos reconocimos que estábamos viviendo lo mismo, me sentí menos sola.

Extrañar es tan natural como respirar. Extrañamos cuando sentimos la ausencia de algo o alguien que nos hacía bien. Pero también en nuestra amnesia selectiva se nos olvida que esos amores que ya terminaron no están en nuestras vidas por algo y que extrañar, no significa que esa persona deba estar en nuestras vidas. 

He visto cómo personas prefieren quedarse con una pareja con la que ya no se encuentran, personas que vuelven a relaciones que ya no existen, realmente; o como yo, que busqué a quien no tenía que buscar porque estaba sola. Buscamos un hiraeth, una palabra originaria de Gales que rodea la idea de la nostalgia sentida al no poder retornar a un hogar, porque ya no está o porque nunca existió. Una vez dejamos un lugar, se transforma y muta al igual que nosotras para dejar de existir. Y así, lo que extrañamos se vuelve extraño después de un tiempo. Volvemos, con miedo, a lugares donde ya no pertenecemos. Porque no confiamos.

Ese lugar al que no debemos volver empieza a sentirse incómodo, apretado y nos hace sentir pequeñas. Pierde sus colores, sus sabores y sus olores progresivamente. Ese lugar deja de ser seguro y crea incertidumbre. Es un lugar que hace que dudemos de nosotras mismas y ahí no es. Deja de ser familiar y empezamos a desarticularnos de este. Es un lugar al que sabemos, no debemos volver. Pero usamos el pasado como un refugio cuando tenemos miedo. Miedo de que aquello que estamos esperando no se dé. Miedo de que lo que venga no sea mejor que lo que ya no está. Y es justo en ese momento en el que debemos sacar toda esa fortaleza que se expande por nosotras para mirar hacia adelante, por más dolores de barriga que dé.

El recuerdo juega un papel fundamental, porque se convierte en un oasis en momentos en debilidad y enreda nuestra mente. Pero utilizar el recuerdo como una excusa para volver a esos lugares que ya no habitamos, debería venir con una restricción incrustada. A veces, hay un impulso que nos hace escribir, llamar, o buscar, algo o alguien, solo para sentir un vacío mientras caemos y nos damos cuenta que eso que queríamos volver a sentir, ya no está. Se quedó atrás. En ese momento en el que el recuerdo se volvía recuerdo. Incluso, retornar tiempo después, puede dañar esas memorias construidas. Y a pesar de que pueden existir mil excusas para volver, deberíamos replantearnos mil y un otras para no hacerlo. Porque nos merecemos más.

Todo lo que necesitas ya habita en ti.

Mi mejor amiga me hizo ver que sentirnos así es en gran parte por los discursos a los que estamos expuestas. ‘‘El amor filial te da muchas cosas, Ale, puedes encontrar un arrunchis con tus papás, diversión con tus hermanos, incluso con tus amigos puedes tener una buena conversación. Lo único que no puedes tener es sexo y para eso solo necesitas un vibrador’’. Tenía razón.

Carrie Bradshaw, en unos de los capítulos de Sex & The City dijo, ‘‘Por qué dejamos que lo que no tienes, afecte lo que sí tienes’’. Y es verdad, hay una tendencia a enfocarse en la ausencia, en aquello que ya no está o que falta. Cuando hay unas amistades con las que se comparten momentos, familia con que encontramos momentos de confort. Es que realmente nunca estamos solas. Hay un libro que nos dice lo que tenemos que leer en el momento preciso, una canción que nos lleva a un recuerdo con amigos, una conversación que nos hace entender que no es tan grave como creemos. Estamos tan acompañadas, pero tan cegadas a la vez, que no nos damos cuenta lo que nos rodea. 

Hay un poema de Rupi Kaur que amo, de su libro Todo lo que necesito existe ya en mí, que me ayuda en esos momentos en los que no veo las cosas con claridad.

no estás sola

estar sola sería

que tu corazón dejara de latir

y tus pulmones dejaran de tirar

y tu aliento dejara de empujar

cómo vas a estar sola si

dentro de ti vive una comunidad entera

– lo tienes todo de tu parte

La soledad viene de adentro, no de afuera y cuando lo miramos desde esa perspectiva todo cambia. Nos debemos dar todo nosotras y agradecer por lo que externamente nos acompaña en el camino. Porque nos tenemos a nosotras mismas toda la vida y eso es lo más importante. Amarnos incondicionalmente y después amar lo que llegue. Somos un universo completo lleno de posibilidades.

‘‘Pedro’’ no me contestó nunca el mensaje. Probablemente lo haya leído, pero decidió no responder. Pero no me molestó, ni me incomodó, porque días después me di cuenta de que no lo extrañaba a él, estaba buscando algo que no iba a encontrar a través de una conversación con el pasado. Además, porque todo lo que necesito, habita ya en mí