“Ser una mujer coherente” sonaba como ese objetivo poderoso y maduro que iba a poner en mi tablero de sueños o resoluciones de año nuevo. Pero, cuando llegué a los dos puntos y quise escribir algo me quedé en blanco. ¿Cómo sabemos qué actos están “lógicamente” relacionadas con ser una mujer coherente? ¿a quién se supone que debemos escuchar para tener una idea correcta?

En el arte encontré una pista para resolver estas preguntas. Hace 300 años las paredes estaban llenas de pinturas religiosas de la Virgen María y de otras diosas intachables, puras y maternales, casi siempre cargando un niño en sus brazos o perdonando a los hombres por sus pecados.

Luego, los cuadros del barroco, más «realistas», retrataban mujeres siendo buenas esposas e hijas en sus actividades domésticas del día a día. Asustan con sus vestidos impecables y miradas serias y sumisas a las que no se les podía escapabar ni una sonrisa.

Sí, esos son muestras del concepto de coherencia en una mujer. El arte nos ha enseñado la definición del concepto «mujer» a través de los años, curiosamente definido por hombres: pintores, escultores y escritores: los que se han encargado de contar la historia y definirla. 

Aun así, con el pasar del tiempo fueron aumentando las mujeres “locas” o «brujas», que no solo se atrevieron a pintar en un mundo netamente masculino, sino que incluso tuvieron la valentía para pintarse a sí mismas desafiando los estilos y las reglas que sus épocas exigían. Una de esas autrorretratistas fue la increíble mexicana Frida Kahlo, que, aunque todas la hemos visto en pocillos y cuadernos, pocas entendemos la valentía que fue necesaria para dibujar sus cejas, bigote y cuerpo torturado con cada nueva enfermedad que iba padeciendo, sin ningún tipo de retoque o sutileza.

Kahlo fue toda una «incoherente» para la sociedad mexicana de su tiempo, no solo por arriesgarse a redefinir la imagen femenina fuera de la idea de mujer sumisa, sino por ser a la vez vocera de muchas en cuestiones de política. Hoy en día, pensar que a una mujer se le pueda prohibir ser pintora o pertenecer a partidos de izquierda suena ridículo y hasta ofensivo, pero aún son muchas a las que queriendo ser auténticas artistas de sus propias vidas no se les da la bienvenida.

Hace poco supe sobre el caso de una profesora que fue despedida porque en su Instagram público posteaba videos supuestamente “provocadores” de sus rutinas de gimnasio donde salía en vestido de baño. Para los directivos del colegio y padres de los niños se trató de todo un escándalo, y así fue como alguien con vocación para enseñar quedó excluida porque no cumplía con la expectativa de lo que debería ser una mujer.

¿Cuántos años debemos esperar para que, al igual que en el caso de Kahlo, lo que le hicieron a esta mujer deje de ser conveniente y pase a ser visto como un daño? ¿qué tanto ayudamos nosotras mismas a la transformación de lo que debería o no ser la mujer? Porque no solo fue despedida por los comentarios de los papás sino de muchas mamás que vieron inaceptable su libertad.

Es decir, aunque sea necesario, no es suficiente con que solo cuestionemos los discursos que hay en nuestra sociedad sino también que en el día a día cambiemos nuestra forma de mirar el mundo. Que si es intelectual no puede ir de fiesta, que si es rumbera no es inteligente, que si es vanidosa, que si le gusta tomarse fotos en ropa interior, que si le gusta mostrar su cuerpo, que si, que si… Debemos darnos cuenta lo mucho que nosotras mismas contribuimos a mantener estos estereotipos.

Por ejemplo, me hice consciente de que estaba ocultando mis redes sociales donde compartía fotos en modelaje, fiestas y viajes ante quienes quería verme “inteligente”, psicóloga y escritora. También pensé cómo a veces escondemos nuestras inclinaciones políticas por miedo a ser llamadas «feminazis», nuestro amor por el misticismo y las energías para no parecer «brujas» o “tontas”, nuestros gustos musicales para que no piensen que somos «perras» o nuestros deseos y actitudes frente al sexo para no ser «niñas fáciles» o «anticuadas».

Esto me hizo reflexionar sobre cuántas veces jugamos seguro, adaptando nuestros autorretratos a otros cuadros ya pintados porque son socialmente aceptados o porque tenemos miedo de que si mostramos un color, ya no haya vuelta atrás. No nos damos cuenta de que entre más nos ocultamos, más difícil es que haya un cambio.

Por eso es que recordar a mujeres como Frida es importante, no solo por su talento, sino por su resistencia a ser considerada un escándalo. Gracias a ella comprendí que, paradójicamente, ser una mujer coherente consigo misma puede significar en ocasiones ser señalada de todo lo contrario; que no se trata de escuchar y escoger entre pinturas excluyentes y socialmente comprensibles, sino que ser mujer implica tener la valentía y sinceridad para observarnos a nosotras mismas, experimentarnos y crearnos sin permitir que sean otros los que se encarguen de retratarnos.

La vida de mujeres que la historia han cambiado nos recuerda el valor que se requiere para gritarle al mundo quién realmente eres. Pues, ¿cómo vamos a generar cambios si nos quedamos observando y aceptando cómo nos pintan?

Por eso hoy quiero aprovechar para darle las gracias a todas esas «incoherentes» pasadas y presentes, aquellas locas creativas que redefinen el concepto de ser mujeres en sus vidas. Esas que encuentran orden en lo que otros han llamado caos. Esas que se atreven a cambiar lo que una mujer puede o no ser, aunque otro no lo apruebe o incluso le incomode. Esas que, como Frida, no tienen miedo a diseñarse y pintarse tantas veces como sea necesario.