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Soy virgen, ¿y qué?

Escrito por nuestra Lola invitada: María Delfina

ILUSTRACIÓN POR ANDREA PAZ WWW.FACEBOOK.COM/ALI.PEACE.ILUSTRA/

Y mientras todas terminaban de reírse yo seguía ahí, intentando disimular con cualquier mueca de agrado, el haber escuchado sin mucha gracia un chiste morboso que una de mis amigas había contado. Era increíble cómo un simple comentario había causado tremenda algarabía entre ellas, perturbadora para la pareja de esposos que estaba sentada en la mesa de al lado, y tan incomprensible para mí.

Sin embargo, ya conocía el paso a seguir – y a pesar de los años de experiencia en disimulo – sé bien que esto hace parte del protocolo: ser la santurrona en un grupo de Lolas no puede pasar desapercibido y fue solo cuestión de segundos para que dirigieran sus miradas hacia mí y se avivaran las carcajadas.

Y a las risas les siguió la chorrera de comentarios: que cuándo me iban a hacer el favorcito, que esperara y viera que me abrieran abajo para que se me abriera la mente, o que si mejor subastaban mi virginidad y así conseguían dinero extra. Entre uno y otro chiste me fui acostumbrarme a sus charlas hormonales en cada salida, y ni qué decir cuando cualquier hombre medio me miraba o se me acercaba para decirme algo, a partir de entonces empezaría el guion de una telenovela, mientras el pobre achantado e intimidado decidía retirarse lentamente.

No me avergüenza ser la santurrona de mis amigas. Por el contrario, es algo que me hace sentir orgullosa. Y a pesar de que en ocasiones surjan preguntas o comentarios incómodos que mi mente no logra procesar rápidamente, como a quién le llevo ganas, la curiosidad de cómo será mi primera vez o cuáles son las poses más acordes en el momento de perderla, son solo eso, situaciones penosas, instantáneas que no alteran mi decisión de seguir la vida con tranquilidad, como siempre ha sido, dejándola fluir a su ritmo, sin tener que reducirla a placeres de emergencia, como si me encontrara insatisfecha para buscar lo que no se me ha perdido.

En este punto donde ya hablamos con claridad, antes de que se aterren y lancen sus comentarios prejuiciosos ¡Aclaremos! Las mal llamadas santurronas no somos monjas de clausura, ni extraterrestres, ni mucho menos asexuales; simplemente tenemos un estilo de vida, como muchos otros, en el que sencillamente no hemos experimentado la sexualidad de forma abierta, no porque no queramos o le huyamos a la pecaminosidad, sino porque la vida nos entretiene con otros asuntos que todavía no permiten que volquemos nuestra mirada a estos temas, ¿es tan difícil entenderlo? El placer a la vida no se reduce solamente al sexo.

La cuestión no es de apuro o urgencia de que nos hagan el “favorcito”, si hemos sobrevivido a tan temida condición es porque encontramos otras satisfacciones, logros y alegrías en aquello que nos rodea, ¡nos deleitamos con lo simple! Y no es el hecho de querer reducir el sexo a un carácter despectivo, sino a un asunto del momento apropiado, no estamos necesitadas ni nos sentimos incompletas como para buscar medias naranjas que terminan siendo más agrias y secas de lo esperado. Enserio, no se preocupen tanto por nosotras, estamos bien, nos sentimos chéveres, no nos da mal genio la falta de sexo, somos felices, no nos vamos a explotar. ¡Tranquilos!

Creo que nuestro poder está en que somos más segura que otras, seguras de que no tenemos que desgastar fuerzas en lo que no existe y no tenemos que hacerlo existir aún. Nuestra energía y nuestro deseo esperan para ser descargados con mayor pasión en el momento preciso que seguro llegará. No nos gustan las migajas ni los poquitos, no nos gusta lo tibio ni lo mediano. Somos todo o nada, frialdad o fogosidad. El día de nuestro destape a nadie se lo diremos, la discreción es nuestra mayor arma, detrás del velo de santas escondemos misterios que resultan ser mucho más interesantes de lo que la gente, las amigas y los bizcochos se esperan.

> Escrito por nuestra Lola invitada: María Delfina