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Tengo una putada de cuerpo

Escrito por María Camila Medina

ILUSTRADO POR SUSANA RAMÍREZ @SUSANARAMIREZVELEZ

Así es, tengo una putada de cuerpo. ¿Cómo no estar feliz? Voy a empezar de abajo para arriba.

Los pies. Sostienen todo lo que soy, me llevan a todas partes, son los que dejan huellas en el camino de mi vida que recorro andando, corriendo, gateando. Tienen cinco dedos que me dan el equilibrio para mantenerme de pie y para enfrentarme a todo lo que venga, los mismos que tienen unas uñas que puedo colorear para expresar mi personalidad.

Siguen las piernas, con rodillas que se flexionan perfectamente de la manera que quiero, que me ayudan a subir escaleras, sentarme, dormir en cucharita y bailar hasta romper la tarima.

La cintura, que se menea de allá para acá al son de la música y se sienta con las nalgas que me amortiguan el tronco.

¡Ay! Las nalgas, nachas, retaguardia, derrier, pompis, glúteos o cola, esa, esas, ese par que me sostiene todas las prendas inferiores, jeans, pantalones, shorts, faldas, calzones y tanguita. ¡Ja! La misma que junto con la cadera colabora en el arte de la seducción.

Y hablando de ser mujer y utilizar nuestros atributos… La zona “V”, la entrepierna, el monte de Venus, la zona del bikini, la entrada donde pagan peaje para llegar al paraíso… Sí, la vagina, esa misma que me recuerda cada 28 días (con suerte) que soy mujer, la que me hace orinar sentada jajaja…

El abdomen, marcado por la vida, por las mariposas que surgen en el estómago, por las estrías de las que muchas no nos libramos al crecer o al estar embarazadas. Marcado, ¿por qué no? Por las pecas del sol, los rezagos que dejan suculentos manjares y por el esfuerzo en el gimnasio. Y ahí el ombligo, que siente el hambre, tripas en huelga y miedos.

Y ahora, las lolas, ¡ay Dios mío! ¡Mis lolas! Me recuerdan que soy mujer, mi feminidad, la maternidad, una de la parte más representativa del ser que dicen que salió de una costilla de un tipo, y eso sí, hacen que la ropa se vea bella, del tamaño que sean, como sean, son bellas, ¡lo mejor que nos han podido dar!

Los brazos, las manos, los dedos… Un conjunto de partes que me alimentan, me identifican, se mueven con la precisión exacta, a la velocidad perfecta para tomar un vaso de agua. Los mismos que decoro con pulseras, anillos y las uñas que pinto para expresarme sin hablar.

Por ahí dicen que “para los gustos, colores” y con estos, al elegirlos como preferidos, comunico estados de ánimo, temperamento, picardía, diversión y hasta el toque de lujuria y pasión con un rojo intenso. De esta manera no hay necesidad de decir una sola palabreja.

Los hombros, los que cargan el equipaje que sujeta la espalda, la que lleva a cuestas los pesares y victorias la confidente, la que sostiene la carga para que las rodillas no tiemblen.

El cuello, sostiene mi cabeza, mis pensamientos, mi pelo crespo, mis ojos mirones y mi nariz metida en cuánto olor se atraviesa. El olor del mar cuando voy a la playa, el de la lluvia mezclado con asfalto empapado, las flores de un jardín, mi shampoo favorito, la comida preferida, y definitivamente, la loción de un hombre que me lleva a viajar dentro de la nebulosa del subconsciente, porque queridos hombres enlocionados, el mundo es de ustedes.

Ya finalizando, tenemos la cara, con una boca que habla cuando quiero, calla cuando se lo pido, con una lengua que saborea, prueba y degusta. Unos dientes que mastican, unos dientes que rechinan a veces del estrés y sirven como decoración para la amplia sonrisa.

La nariz, que respira, que deja entrar la vida, y además, sostiene las gafas… Los ojos, los metidos, los expresivos y mirones… Un pelero desordenado, con personalidad y vida, libre, que comunica brutalmente lo que pienso, «no me importa», “no me interesa”, “me quiero como soy y eso está bien, y se siente bonito”.

¿Tengo o no tengo una putada de cuerpo?